[Ensayo]
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Recordemos la conocida frase de Joseph Beuys: “Todo ser humano es un artista”. Esta máxima tiene una larga tradición que se remonta al marxismo temprano y a la vanguardia rusa. Lo que se entendía en ese momento como utopía se ha convertido hoy en una obligación: todo ser humano tiene que asumir una responsabilidad estética por su apariencia frente al mundo, por el diseño de sí. Aunque no todos producen obras, todos son una obra.
A fines del siglo xx, el arte entró en una nueva era: la de la producción artística masiva. Mientras que el anterior fue un período signado por el consumo masivo del arte, en nuestra época la situación se modificó al compás de los avances técnicos y de los cambios en los criterios que utilizamos para identificar qué es arte y qué no lo es. El acceso relativamente fácil a variados dispositivos para la producción de imágenes combinado con Internet como plataforma de distribución global alteró la relación tradicional entre productores y espectadores: las redes sociales y los sitios como Facebook, Twitter, YouTube y Second Life ofrecen a la población global la oportunidad de mostrar sus fotos, videos y textos de un modo que no puede distinguirse de cualquier otra obra de arte conceptualista o post-conceptualista. Asistimos a la sustitución del campo unificado de la cultura de masas por un escenario de fragmentación en el que millones de productores generan textos e imágenes para un espectador que no tiene suficiente tiempo para leer y ver. En los ensayos que componen Volverse público, Boris Groys describe diversos aspectos de esta transformación radical del campo del arte, desde sus manifestaciones embrionarias en los proyectos de artistas de vanguardia como Duchamp, Kandinsky y Malevich hasta la actualidad, en la que la actividad artística pareciera no ser más un destino exclusivo sino un gesto débil, una tarea que asumimos cotidianamente en el nuevo ágora mediática.
Edita Caja Negra
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