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Blanca

Blanca se llama mi perrita. Le puse así en honor a mi abuela porque me la encontré una tarde de invierno jugando en la puerta de su casa. Todos los días mi mamá me manda a la carnicería a comprarle las brozas como el cuajo o los huesos grandes de las vacas porque es lo más barato y lo que está de oferta y lo único que podemos comprarle para que coma. A mi caminar por el barrio me gusta. Siempre paso por una casa que tiene un cartel en la ventana que dice “se alquila” y yo miro como de reojo para ver si encuentro algo abierto como para chumear para adentro, pero nada. En esa casa no debe entrar ni la tierra. Cada dos por tres cuando llego a la esquina me encuentro con el auto parlante que compra baterías viejas, heladeras, lavarropas, aluminio, cobre, bronce y no sé qué otras chatarras. El pibe del auto siempre me saluda, pero yo a esos no los quiero porque mi mamá me dice que a veces nos quedamos sin luz porque los vecinos de al lado se roban los cables para vender el cobre, entonces ella tiene que salir corriendo a comprar velas.

A los vecinos de la vuelta una vez se les prendió fuego la casa. Lo que pasa es que la madre había salido, yo no sé si se había ido a trabajar o qué, pero la cosa es que los tres hermanitos se quedaron solos en la casa y fue una noche de esas que de repente te cortan la luz y el más grande de los hermanitos que estaba a cargo de los otros se quedó dormido con la vela prendida cerca de la cama. Por suerte a ellos no les pasó nada, pero la casa quedó destrozada. Durante un tiempo se tuvieron que ir a dormir a la iglesia que está al frente de la plaza, que no sé por qué desde ese momento siempre hay una vela prendida. Pienso que debe ser como una especie de homenaje o algo así. Mi mamá me ensañó que esa es la casa de Dios y que siempre está abierta para lo que necesite. Ahí me enseñaron a hacer la señal de la cruz y yo cada vez que paso por el frente de la casa de Dios, por cualquiera de las casas que tiene Dios porque tiene muchas casas, hago una señal así como saludando. Es como un juego, un saludo especial. De la frente al pecho, del pecho al hombro izquierdo, del hombro izquierdo al derecho y de ahí beso en el dedo gordo. A veces me olvido de saludar porque voy distraído, entonces después me da culpa y a la noche tengo que rezar un Padre Nuestro más para que Dios me perdone. En realidad una amiga me dijo que el perdón no existe, pero yo de eso mucho no entiendo. Creer o reventar dice mi mamá.

La casa donde trabaja mi mamá queda en la otra punta de la ciudad. Para llegar se levanta muy temprano y tiene que tomarse dos colectivos. En realidad creo que no forma parte de la misma ciudad porque es como un mundo aparte, la gente vive encerrada y las casas son muy grandes. Mi mamá trabaja haciendo la limpieza. Yo no sé cómo hace porque a mí siempre me dio un poco de asco eso de tener que andar limpiando la mugre de otros, pero ella dice que lo hace por amor, porque me ama y no quiere que me falte nada. Y yo me muero por decirle que ella es todo lo que necesito, que es lo único que me hace falta, pero no le digo nada para que no se ponga mal ni triste y le empiecen a caer las lágrimas. Cuando ella se va al trabajo yo me quedo con mi perrita Blanca y la saludo desde atrás del vidrio de la ventana y la sigo con la mirada hasta que dobla en la esquina y después vuelvo a mi cama y me quedo un rato mirando la pintura descascarada del techo hasta que me duermo de nuevo. Después me levanto a tomar la leche. Así se pasan las mañanas. Mi mamá me dice que tengo prohibido abrirle la puerta a cualquier persona desconocida y que sólo puedo salir si tengo alguna urgencia, pero mucho caso no le hago. A la tarde me pongo la gorra y mi camiseta de Belgrano y me voy a la plaza a jugar al fútbol con mis amigos, total como ella vuelve tarde ni se entera. Pero el otro día habíamos terminado de jugar y estábamos sentados en el cordón de la vereda tomando una coca cuando pasó la policía y nos empezaron a preguntar que por qué estábamos ahí y que dónde están nuestros documentos y que por qué estábamos fumando porro y que a quién se lo compramos y que a quién le habíamos robado la plata para pagarlo. Mi perra Blanquita empezó desesperada a ladrarles y yo vi cómo el loco le pegaba una patada. A mí el sol me daba en la cara porque el cielo estaba limpio y la frente se me llenó de gotitas y entonces empecé a mirar para arriba como buscando a Dios mientras que para adentro rezaba un Padre Nuestro. En ese momento apareció el señor que atiende el almacén y ese sí que nos conoce porque siempre le compramos la coca después de jugar y le dijo al efectivo que no nos rompa las bolas y que nosotros somos del barrio y que no andamos en la gilada. Pero el policía mientras hablaba por el radio le contestó que no se meta en lo que no le importa si no quería que lo lleve a él también. A los cinco minutos cayeron unos cuántos móviles más y nos cargaron a todos y nos llevaron a la comisaría con las manos esposadas. No sé cuántas horas estuve ahí encerrado porque nunca fui bueno para calcular el tiempo, pero mi mamá me fue a buscar cuando volvió del trabajo y una vecina le contó lo que había pasado. Cuando llegamos a mi casa, mi mamá buscó el cinto viejo de cuero y empezó a pegarme y a decirme a los gritos que por qué no le hacía caso y que por qué la hacía sufrir así y que ella hacía todo lo que hacía por mí. Yo como podía me escondía debajo de las sábanas para protegerme de los cintazos, pero los golpes no me dolían tanto como las palabras y de esas sí que no podía protegerme porque por más que me tapaba los oídos con fuerza y rezaba susurrando, la seguía escuchandoy escuchando, y las lágrimas se me caían haciendo dibujitos en la almohada y solo pude abrazar a Blanquita que también estaba asustada y que era la única que por lo menos un poco me consolaba.


@labrasarebelde


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